Thursday, March 29, 2018

Mireille Knoll se merece algo mejor que una marcha blanca - Luc Rosenzweig - Causeur



Antes incluso de sentirnos estremecidos por recorrer las calles de París, la "marcha blanca" puesto en marcha por el CRIF en memoria de Mireille Knoll, brutalmente asesinada por dos matones, ha generado en las redes sociales una polémica indecente.

"¿Quién se cree que es el CRIF?", exclaman los comentarios anónimos, pero no solamente. Incluso Guillaume Erner, en su nota de humor en las "Mañanas" de France Culture, niega a esa confederación de una cincuentena de asociaciones judías el derecho a hablar en nombre de una comunidad que, según él, no existe. En buena medida, redujo el CRIF a una oficina de interés encargada de promover, en Francia, la política criminal de Benyamin Netanyahu.

La marcha blanca no es el homenaje apropiado

En un santiamén, ha transformado la emoción suscitada por un crimen abominable, incluyendo el componente antisemita del que parece que no hay duda, inclusive para esos jueces que por línea general se muestran bastante reacios a reconocer ese género de criminalidad, en un proceso en regla a una asociación de defensa de los intereses morales de los judíos de Francia.

El presidente del CRIF, Francis Kalifat, tiene por supuesto cierta responsabilidad en la confusión.

La elección del modo de expresión de la creciente preocupación e inquietud entre los judíos de Francia, sometidos durante casi dos décadas a los ataques de antisemitas procedentes del mundo árabo-musulmán, la Marcha Blanca, no parece en este caso ser la expresión adecuada. Este modelo de desfile masivo nació en 1998, en Bruselas, durante el descubrimiento de los crímenes de pedofilia en serie cometidos por Marc Dutroux. La marcha blanca no se decreta desde arriba, sino que emerge desde la base de una comunidad traumatizada por el horror de unos crímenes cometidos por pervertidos aislados, más allá del contexto político e ideológico. Se trata de un movimiento espontáneo a favor de los familiares de las víctimas, con quienes nos identificamos, porque esta desgracia podría habernos golpeado a todos.

Además, en estas marchas blancas, los responsables políticos, nacionales o locales son discretos: vienen sin bufanda tricolor, mezclados con la multitud anónima y desconcertados por un evento totalmente apolítico, transmitiendo la persistencia en la comunidad de humanos de un mal del cual solo es la causa la persona que lo comete. Ver Nordahl Lelandais.

No se trata de un crimen ordinario

El affaire Mireille Knoll es totalmente diferente. Se inscribe en una muy larga serie de crímenes antijudíos perpetrados por individuos cuyo grado de pertenencia al terrorismo islamista tipo ISIS puede variar, pero donde todos ellos provienen de un medio ambiente donde el odio hacia los judíos forma parte de la cultura. Desde la incivilidad en la vida cotidiana hasta la masacre del Hyper Cacher de Vincennes, hay un continuum: desde las suras del Corán hasta las predicas transmitidas por Al Jazeera, pasando por una regular estigmatización de Israel practicada en nuestros canales y radios nacionales, todo contribuye a que el acoso a los judíos franceses se haya convertido no en una práctica excusable, más bien resulta recomendable. ¿Por qué privarnos de matar judíos en Francia cuando masacraron a nuestros hermanos en Gaza? Este discurso de falsa evidencia, vinculado con la fantasía de unos judíos ricos y manipuladores del poder, es el fondo de la atmósfera que se respira en muchos vecindarios. La ideología kitsch del "vivir juntos" no ha demostrado, hasta ahora, resultados demasiado convincentes, incluso si sus promotores a menudo actúan de buena fe.

Aquellos que hoy atacan al CRIF continúan queriendo "individualizar" los crímenes cometidos por individuos que pertenecen a esa cultura, psiquiatrizándolos (nos dicen que se trata de perturbados mentales), o poniéndolos en la cuenta de la exclusión y la discriminación de la que estos verdugos habrían sido las víctimas . No, estos asesinos no son los productos de nuestra sociedad, sino de esa otra contra-sociedad que se ha establecido en los territorios de nuestra República. Esta contra-sociedad ha ganado algunas victorias, como la limpieza étnica insidiosa de estos judíos que ya no pueden permanecer en ciertos barrios, suburbios y comunas. Aquellos que no quieren o no pueden ir a Israel eligen una "aliyah interna", huyen de los suburbios islamizados hacia barrios más seguros, y protegen a sus hijos del acoso en las escuelas públicas llevándolos a escuelas judías o incluso a instituciones privadas católicos. De todo esto trata la marcha del 28 de marzo, que no debería ser una marcha blanca, sino un desfile de ira.

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